CandentesCDMX
pet, 4. lis 2024.

Por un contratiempo con el auto casi cancelábamos la visita que desde hacía semanas teníamos programada a ese hotel de la colonia doctores. Ese hotel tan subterráneo y cutre como a veces lo llega a ser nuestra misma sexualidad.

Después de resolverlo, Luna (mi ex-pareja) y yo, llegamos al hotel a darnos cariño con esa libertad con la que a veces uno no cuenta ni siquiera en su propia casa. Así pues, a menudo la ropa sexy, los juegos, la música rica y los gritos los reservamos para cuando cogemos en un hotel y nadie puede molestarnos.

Luego de invertir dos horas en querernos, Luna y yo nos metimos a la regadera. La idea era bajar al bar que se encuentra en el lobby de ese hotel, y donde semana a semana es punto de contacto para otras parejas que quieren compartir.

El bar es feo per se. No se podía esperar otra cosa estando dentro de ese hotel y en el barrio donde se encuentra. Sin embargo, la atención es amable y respetuosa.

Luna escogió una mesa al lado de la pista. Nos llamó la atención la cantidad de parejas que asisten a ese sitio asumiendo una actitud ausente, casi autistas. No hablan, no se miran, si no supiera el motivo por el que la gente va a ese bar, podría jurar que ni siquiera llevan consigo el chip del deseo.

Pero yo soy una persona afortunada. No solo porque cuando asistimos a esos sitios vamos con el mejor ánimo. No solo porque Luna le sonríe a todos, sino porque al lado de nosotros habían algunas parejas que también nos sonreían y levantaban su copa para decirnos salud a lo lejos.

Y YO NO BAILO

Una chica se acercó a mí. Era bajita, con un vestido café de una tela de esas que hacen que se vean lindas de por donde las veas. Me invitó a bailar, y por vergüenza a parecer mamón, acepté, pese a que yo no sé bailar. Con Luna bailo, y todo lo bailo de a cartón de chelas, porque me encanta estar cerca de ella, porque me da seguridad al bailar y porque me encanta que la miren. Así que ya en la pista, le dije a la chica que no sabía bailar y me dijo que no importaba, que solo era un pretexto para platicar.

Y mientras Luna y el marido de la chica con la que bailaba nos observaban, platicamos de cosas intrascendentes. Quesque como te llamas, quesque qué edad tienen, quesque si es la primera vez, etc.

Por condescendencia creí que era correcto que Luna también bailara con su esposo; así que no hizo falta ni siquiera decirlo: Con una mirada Luna me entendió y ella sacó a bailar al esposo. No sé de qué hablaron ellos mientras bailaban, pero ver a Luna bailando y atenta a lo que el cuate le decía me prendió. Así que en cuanto terminó la canción, los dejamos en su mesa, les agradecimos y Luna y yo regresamos a bailar a la hacinada pista.

Sustituí mi pobre técnica dancística por el estilo infalibre de a cartón de chelas, que siempre hace que me sienta seguro al lado de ella.

Para nosotros, asistir a lugares como éste no significa ni un estilo de vida, ni visitas de cada fin de semana, ni un recurso sistemático para contactar parejas. Pero cuando lo hacemos, tratamos de ir con el mejor ánimo. Y desde que llegamos al bar, como a la medianoche, había una pareja a unas mesas de donde estábamos sentados, que nos devolvían las sonrisas. Mientras yo bailaba con Luna, ellos se levantaron a bailar y coincidimos con ellos en la pista e intencionalmente se pusieron al lado nuestro. Ella no dejaba de sonreír y yo correspondía. Supongo que Luna hacía lo mismo con su esposo. El chiste es que eso sirvió de lazo de comunicación para que, quien sabe cómo, de pronto mi Luna estuviera ya bailando con el marido y yo con la señora.

Ella era una mujer alta, frondosa, con unas bubis riquísimas y enormes como sus nalgas. Desde que tomé su cintura le dije: Oye, yo no bailo. Yo solo bailo de a cartón de chelas con mi pareja. Y ella me dijo: Ya lo sé, te vi bailar con la otra chica del vestido café. Pero bailemos entonces de la única manera que sabes.

Cuando tomé su cintura, ella rodeó mi cuello con sus brazos y me miraba a los ojos y a mi boca. Tenía unos ojos claros y una sonrisa franca con unos dientes blancos, blancos. Se me antojaron sus labios y me gustó mucho sentir su tanga por encima de su vestido. Luna estaba bailando y platicando con el marido. Un hombre más alto que Luna pero menos que su esposa, con cara afable, bigote y de formal vestir. No sé qué platicaban, pero los vi entrados a él y a Luna en la charla y el baile, y eso me dejó tranquilo. Me encanta verla cuando está pasándosela bien.

SU PRIMERA VEZ

Mientras Luna y el marido bailaban y charlaban, la esposa me contó que tenían más de 10 años con la fantasía de ir a un club swinger, pero que por no vivir en la ciudad de México, por desidia y muchos otros peros, las cosas no se habían dado; y que justo esa noche sin planearlo tanto, y aprovechando que estaban en la ciudad, decidieron ir.

En el bar hay un anexo al lado de la barra. Es un cuarto con una salita rascuache y una televisión que reproduce pornografía y que le llaman El cuarto de fumar , y que después del show se utiliza como playroom .

Demostrando que a una buena actitud no la opaca ni un mal bailador como yo, en poco tiempo ellos se hicieron nuestros amigos. Al terminar de bailar coincidieron las versiones de ambos, que habían tardado más de 10 años en animarse a ir a ese bar. Se notaban un poco abrumados y me recordaron cuando nosotros entramos por primera vez a ese bar. Les comentamos cómo era la dinámica en ese lugar y mostraron interés por conocer lo que pasaba en el cuarto de fumar; pero cuando nosotros nos dirigíamos a dicho cuarto, ellos se quedaron a ver el show de strippers que recién comenzaba. Entendimos su interés por ver ese show que para nosotros nos parecía ya aburrido, así que mientras ellos miraban a los strippers, nosotros fuimos al cuarto de fumar.

Cuando bajamos al bar, yo ya había cogido con Luna, y además ella me había dado un masaje exótico que me tenía para ese entonces en un mood más bien relajado. Y como esa palabra no debería existir ni en éste relato y mucho menos en el cuarto de fumar, Luna abrió mi pantalón y me dio una mamada para resolver el asunto mientras otra pareja que estaba en el cuarto nos miraba con una discreción innecesaria.

En eso estábamos cuando todas las luces del cuarto de fumar se apagaron y comenzaron a llegar parejas, signo inequívoco que el show de strippers había ya terminado. Al lado de nosotros se sentó la pareja con quienes habíamos bailado primero, y dejé a Luna encargada con ellos mientras yo iba por la pareja que quería conocer el cuarto de fumar, ahora convertido en cuarto obscuro.

No tardé nada. Ellos estaban casi a la entrada. La altura de la señora me ayudó para encontrarla aun a media luz. Cuando me ubicaron, antes de que yo pudiera explicarles que los estábamos esperando, ella me besó y el marido tomó mi mano y la puso a la altura de la panocha de su esposa, que yo acaricié fríamente sobre su vestido.

-Vine por ustedes, Luna nos está esperando dentro- les dije.

Pese a su disposición y su calentura, ellos no sabían qué hacer. Me preguntaron, pero ahí te tocan? O cómo es la cosa?

-Síganme, vamos por Luna – y en fila nos acercamos a ella, que ya nos estaba esperando, y que como buena anfitriona extendió la mano al marido, mientras yo estaba de pie con su esposa. Sus comentarios y los besos que me daba eran una vorágine. Me besaba y me decía: no quiero que me toquen. Y después me decía: bésame mis bubis, y enseguida me decía: me están tocando, por favor no quiero que me toquen, porque no sé quién lo está haciendo.

En ese justo instante, el marido se levantó y le dijo a su esposa: Oye, mejor vámonos al cuarto de ellos. Después Luna me dijo que una chica había intentado tocarlo y el cuate se había sacado de onda.

Así que salimos del playroom, pedimos la cuenta y para entonces la adrenalina de ellos ya nos había contagiado, así que subimos los 4 a la habitación.

Luna es excelente anfitriona, y les ofreció de beber y las botanas que habíamos llevado. Mientras ella fumó un cigarro, la taquicardia de los cuatro fue disminuyendo para hablar un poco de nosotros, de sus fantasías, de lo que nos gustaba y lo que no.

Después comenzamos a jugar un juego donde uno se tiene que quitar la ropa y los jugadores se someten a castigos que van desde agarrar una chichi hasta dar sexo oral y demás penitencias lúdicas.

En poco tiempo el jueguito cumplió su cometido y pese que lo que les estoy relatando no tiene ni 24 horas que sucedió, no puedo recordar en qué momento ya estábamos los 4 cogiendo.

Yo miraba a Luna besarse con el marido y pensaba cuan afortunado era yo en tenerla como cómplice, y cuan afortunado era el marido en tenerla entregada al 200% sin ser una más de las muchas que hay en este medio que solo se dejan hacer sin ejercer una participación activa. Así que verla besando, acariciando, mamando, gimiendo, es una experiencia que, repito, disfruto mucho.

Por mi parte, yo estaba disfrutando de los riquísimos besos que daba la esposa, quien me sorprendió porque mientras besaba su cuello, ella me decía cosas como: cuando te vi me dieron ganas de besarte, o: mientras bailaba contigo me imaginaba tu verga dentro de mí, y cosas de esas. Yo también notaba que Luna y el marido se decían cosas al oído. Eso me intriga y me gusta, porque es como ceder un espacio de intimidad dentro de la intimidad misma. Así que rara vez pregunto. Prefiero que sea la misma Luna quien me cuente, si es que así lo decide.

FOREVER YOUNG

Nosotros no somos Shrek y Fiona, pero tampoco somos unos modelos. Somos una pareja que en la mitad de los cuarenta llevamos con dignidad los años que hemos vivido, incluidas las cicatrices que la vida misma va dejando. A título personal, me parece más deleznable la actitud de las parejas que a ultranza quieren ser todo el tiempo lo que ya no son, y buscando en otros perfiles lo que ellos no pueden ofrecer.

A cambio de ello, y cuando hay química y disposición mutua, nosotros apostamos por charlas aterrizadas, maduras y divertidas, y cuando lo hacemos, va incluida una gran dosis de entrega.

Así que el marido sintió la disposición absoluta de Luna y pudo obtener todo lo que ella tenía para él. Desde un beso apasionado, pasando por sexo oral, nalgadas, acomodarla en las posiciones que el marido la quiso poner, etcétera.

A veces el cansancio nos recordaba nuestra edad, y hacíamos pausas que Luna utilizó para darle masaje con el mismo aceite herbal que había usado conmigo horas antes.

Una vez recuperado el aliento, el marido tomó la botellita de aceite y comenzó a darle un masaje a Luna en las nalgas.

No se necesita mucha imaginación para deducir que poco tiempo tardó el marido en abrir las nalgas de Luna para meterle un dedo en el culo; cosa que yo también hice con su esposa. A ambas parecía encantarles. Mientras el marido y yo teníamos los dedos en el culo de cada una de ellas, ellas se movían excitadas. Yo noté que la esposa gemía. Creí que la estaba lastimando y sin sacar mi dedo me acerqué a ella y le pregunté: te duele? Quieres que pare? Y ella jaló mi cabeza para darme un beso y me dijo al oído: quiero que metas tu verga en mi culo.

Estaba buscando el condón y el lubricante, perdido entre las almohadas y las sábanas cuando el marido dijo: Se la vas a meter por el culo? Pero ni siquiera a mí me ha dejado cogerla por ahí en 24 años de casados!

No supe qué decir. Para ese entonces la esposa estaba empinada. Un par de segundos después noté que la sorpresa del marido era una sorpresa grata para él. Se prendió mucho y me ayudó con sus dos manos a abrir las nalgas de su esposa mientras mi verga se abría paso.

Y en ese juego de condescendencias, yo le pregunté al marido: te quieres coger a Luna por el culo? que respondió emocionado que sí. Luna estaba empinada también, pues recordemos que segundos antes de que el marido me ayudara a abrirle las nalgas a su esposa, él tenía uno de sus dedos en el culo de Luna.

Lo mismo le pregunté a Luna. A ella le encanta el sexo anal, y sin embargo, hasta ayer, ella nunca tuvo esa dinámica con otra persona que no fuese yo. Pero dijo que sí; y su respuesta no solo fue inmediata, sino casi casi reclamando que no le hubiese preguntado antes.

A Luna la noté sufrir un poco, pues la verga del marido era más grande y gruesa que la mía. Pero como ella dijo después: Era un dolor rico.

Lo que sucedió en ese momento lo recuerdo como un huracán: recuerdo que ellas movían sus nalgas como obligándonos a que nos viniéramos. Recuerdo que los gemidos de los 4 se confundían, recuerdo que ellas no solo gritaban de placer, sino que articulaban sentencias que en cualquier otro momento hubieran hecho morir de celos al esposo o incluso a mí; así que no tardamos mucho en venirnos. Yo sentía en mis oídos ese zumbido ensordecedor que aparece cada que tengo un orgasmo notable. Cuando el zumbido de mis oídos comenzó a disminuir, vi que el marido notó que a Luna le había costado un poco darle cabida y la trataba con una suavidad que Luna correspondió con abrazos cariñosos. Yo reposaba mi cabeza sobre los enormes senos de la esposa quien usaba sus dedos para acariciar mi cabello.

Minutos después, nos dimos cuenta que ya eran casi las 5:30 de la madrugada y uno a uno nos íbamos vistiendo conforme salíamos de la regadera. Mientras Luna ponía en el bote de la basura las latas vacías de refresco y demás evidencias de la fiesta, el marido y yo intercambiamos números de celular para estar en contacto.

Para esa hora, aunque pulcros, ya lucíamos con ojeras, con el testimonio del horario y de la cogedera, pero con la certeza de que había sido una gran noche. Antes de abrir la puerta de la habitación, la esposa volvió a poner sus brazos alrededor de mi cuello y me dio otro beso riquísimo. Me miró con una mirada de gratitud, de satisfacción, de complicidad. Mientras eso pasaba, el esposo y Luna hacían lo mismo.

Al despedirse, ambas parejas nos agradecimos, y no solo como un acto protocolario; era más bien un agradecimiento franco, como la actitud de él, como la sonrisa de ella, y como la entrega de mi Luna.

Hoy despertamos tarde y sonó una notificación en mi celular. Era un escueto mensaje de ellos:

“Lo que pasó ayer fue algo extraordinario. Ojalá sea la primera de muchas veces que estemos juntos. Atte: RyV”.

Después de leer el mensaje, volví a dejar en el buró mi celular; aun me sentía apaleado por la desvelada. Y mientras cerraba mis ojos de nuevo, pensé en la importancia de sonreí